viernes, 13 de marzo de 2015

Capítulo I



En lo profundo de algún bosque de cualquier parte del mundo, cada noche se podían escuchar los desgarradores gritos de la gente que se atrevía a adentrarse en las entrañas de entre los árboles. Los habitantes del poblado aledaño creían que se trataba de ciertos espíritus que aun vivían ahí, pues en el pasado, ese bosque vio cientos de batallas pues durante una época remota fue la frontera entre dos naciones, pero claro, cuando la modernidad llegó, también las delimitaciones marcadas y políticas, sin embargo, ese lugar “maldito”, no pudo ser marcado, debido a que, explorador que entraba ahí nunca regresaba y si lo hacía siempre era mutilado y con un visible trastorno por lo que jamás hablaba de nuevo. Esto llevó a que ese bosque fuera dejado en paz “—Total, el que se quiera pasar a un país por ahí, estamos seguros no lo logrará. Soldados entrenados han perecido en ese lugar maldito. ¿Qué nos importa un par de migrantes mugrosos que no tienen para los puentes internacionales?—Fueron las palabras de ambos presidentes que firmaron los tratados de fronteras. Sin embargo, aquel pueblo fronterizo quedó siempre en el miedo de lo que fuera que estuviera ahí acechando. Varios vecinos aseguraban ver ojos en las noches asomándose de entre las hojas y ramas. Otros creían ver juegos de luces que los incitaban a ir. Esta última era más acertada y creída, debido a que no una, sino varias noches les había tocado tener que cuidar a los hombres y niños varones del poblado pues salían sin motivo alguno de su casa a internarse en el bosque, siendo esta la última vez que se les vería. Nadie sabía que pasaba una vez dentro. Las mujeres no se sentían atraídas como los hombres, pero no se salvaban de morir en caso de tener la osadía de entrar en el recinto que para muchos, fue el lugar de descanso eterno.
La noche era fría y oscura. El viento hacía silbar las hojas de los árboles y el cantar de los búhos era tal que la armonía compuesta era digna de escuchar. La niebla era espesa y cada vez helaba más, a tal punto que fácilmente uno podría sufrir hipotermia. Pero esta visión natural se destruía cuando el claro que se encontraba entre los pinos y robles pintaba la luz de una hoguera primitiva encendida. Alrededor de ella 5 siluetas indistinguibles a la oscuridad se movían de un lado a otro como si de una danza ritual se tratara, pero al prestar más atención y sobre todo, viendo bien a través de las llamas, cada figura tomaba forma específica. Todas de mujer, con pechos proporcionados pero no exagerados, con caderas dignas de admirar, culo de rebote y piernas torneadas, eran las responsables de aquella (a la idea de quien las vio y narró) danza ritual donde pareciera que invocaban a algo o alguien. Una de ellas se paró y puso su cara a unos centímetros del fuego viendo una pequeña olla que colgaba la cual ni sosa y perezosa, tomó con ambas manos. Dentro del recipiente se podía observar una especie de té lleno de hojas y plantas que daban un color verde muy particular. Las demás mujeres se detuvieron en seco y juntas (incluida la que sostenía el preparado) pegaron un grito al aire que sonó como si una manada de lobas hambrientas llamaran a sus compañeras para buscar una presa.
La noche fría y oscura no daba ningún buen augurio. Los vecinos ya sabían que significaba; alguien moriría esta vez, ¿pero quién? Era la pregunta que se hacían cada que pasaba esto. Todos, atreves de sus ventanas observaban las calles tratando de averiguar quién sería el desdichado que sufriría de lo que ellos pensaban, era un destino peor que la muerte… Y de una casa de madera de nogal negro, salió un joven leñador conocido por todos como Calipso, cargando una lámpara de aceite, una espada sin forjar y acompañado de su oso mascota; una bella criatura que a pesar de ser dócil, era buena defendiendo a su amo y a los habitantes del bosque contra los animales salvajes que se podrían presentar de vez en cuando, pero jamás habían sabido si serviría contra sea lo que fuese que había dentro del lugar al que, sin remedio, se dirigía el muchacho. La gente al verlo caminar se comenzó a persignar y más de uno le dio bendiciones que nunca escuchó. Sabían que era en vano, de todos modos moriría, pero tratan de hacerle llegar alguna bendición para que alcanzara la gloria eterna así como la salvación divina. Caminando y saliendo a cada momento más de sí mismo, el joven Calipso parecía como hipnotizado. Su oso trataba de hacerlo entrar en sí pero no funcionaba hasta que pisó el límite del bosque. Se detuvo en seco, algo que jamás había pasado, lo peinó con la mirada de arriba abajo, izquierda y derecha, respiró profundo y entró sin vacilar. Su perdición había llegado, lo sabía y sabían, pero aun así lo aceptó con la frente en alto deseando que con él, las cosas acabaran, algo que, desde luego, no ocurriría tan fácil.
Las mujeres fueron pasando la olla una a una, bebiendo su contenido sistemáticamente hasta que quedara vacía. Se sentaron en el pasto cruzando las piernas y como si el tiempo no pasara, se quedaron ahí inmóviles hasta que una se tumbó, seguida de la otra como si de efecto dominó se trata hasta que las 5 estuvieron en el suelo con los ojos muy abiertos y calladas, siendo su suave y tenue respiración el único sonido anti natural que se escuchaba… como si de fieras a la espera de la mínima señal se trataran, ahí se encontraban… Y esa señal llegó. Pudieron escuchar el crujir de las ramas, no muy lejos de donde ellas estaban. Se pararon de un brinco y gritando de nuevo al cielo, se pusieron a gatas y comenzaron a correr cual leonas se trata. Los árboles se escuchaban crujir por el golpear de sus manos contra ellos, hasta que un gran rugido rompió de entre el bosque, y se vio como regresaron al claro de donde salieron solo para trepar los troncos que ahí les daban cobijo y volverse a perder. Esta vez un segundo rugir se escuchó pero no regresaron. Los gritos de un hombre también se pudieron escuchar y sus “aullidos” de lobas hambrientas estaban al compás del tiempo. ¿Qué era lo que le estaban haciendo a ese pobre joven cuya suerte había abandonado, el cual ya no estaba protegido por el manto de Dios, quien lo abandonó a su suerte?
Cuando regresaron las jóvenes, dos venían cargando al hombre y las otras tres arrastrando al oso. Ninguno estaba muerto, solo desmayados por el shock de que un grupo de salvajes tratan de secuéstrate (y con completo éxito). Los dejaron ahí. Al sujeto lo desvistieron y amarraron al suelo. La osa fue puesta boca arriba y amarrada a cuatro árboles que se encontraban como si para eso sirvieran. Las cartas estaban echadas, ¿ahora qué sería de ellos y de que se trataba todo ese asunto? Pensó él al despertar y sentir el viento pegarle en su cuerpo desnudo y desprotegido.