En lo profundo de algún bosque de cualquier parte del
mundo, cada noche se podían escuchar los desgarradores gritos de la gente que
se atrevía a adentrarse en las entrañas de entre los árboles. Los habitantes
del poblado aledaño creían que se trataba de ciertos espíritus que aun vivían
ahí, pues en el pasado, ese bosque vio cientos de batallas pues durante una
época remota fue la frontera entre dos naciones, pero claro, cuando la
modernidad llegó, también las delimitaciones marcadas y políticas, sin embargo,
ese lugar “maldito”, no pudo ser marcado, debido a que, explorador que entraba
ahí nunca regresaba y si lo hacía siempre era mutilado y con un visible
trastorno por lo que jamás hablaba de nuevo. Esto llevó a que ese bosque fuera
dejado en paz “—Total, el que se quiera pasar a un país por ahí, estamos
seguros no lo logrará. Soldados entrenados han perecido en ese lugar maldito.
¿Qué nos importa un par de migrantes mugrosos que no tienen para los puentes
internacionales?—Fueron las palabras de ambos presidentes que firmaron los
tratados de fronteras. Sin embargo, aquel pueblo fronterizo quedó siempre en el
miedo de lo que fuera que estuviera ahí acechando. Varios vecinos aseguraban
ver ojos en las noches asomándose de entre las hojas y ramas. Otros creían ver
juegos de luces que los incitaban a ir. Esta última era más acertada y creída,
debido a que no una, sino varias noches les había tocado tener que cuidar a los
hombres y niños varones del poblado pues salían sin motivo alguno de su casa a
internarse en el bosque, siendo esta la última vez que se les vería. Nadie
sabía que pasaba una vez dentro. Las mujeres no se sentían atraídas como los
hombres, pero no se salvaban de morir en caso de tener la osadía de entrar en
el recinto que para muchos, fue el lugar de descanso eterno.
La noche era fría y oscura. El viento hacía silbar las
hojas de los árboles y el cantar de los búhos era tal que la armonía compuesta
era digna de escuchar. La niebla era espesa y cada vez helaba más, a tal punto
que fácilmente uno podría sufrir hipotermia. Pero esta visión natural se
destruía cuando el claro que se encontraba entre los pinos y robles pintaba la
luz de una hoguera primitiva encendida. Alrededor de ella 5 siluetas
indistinguibles a la oscuridad se movían de un lado a otro como si de una danza
ritual se tratara, pero al prestar más atención y sobre todo, viendo bien a
través de las llamas, cada figura tomaba forma específica. Todas de mujer, con
pechos proporcionados pero no exagerados, con caderas dignas de admirar, culo
de rebote y piernas torneadas, eran las responsables de aquella (a la idea de
quien las vio y narró) danza ritual donde pareciera que invocaban a algo o
alguien. Una de ellas se paró y puso su cara a unos centímetros del fuego
viendo una pequeña olla que colgaba la cual ni sosa y perezosa, tomó con ambas
manos. Dentro del recipiente se podía observar una especie de té lleno de hojas
y plantas que daban un color verde muy particular. Las demás mujeres se
detuvieron en seco y juntas (incluida la que sostenía el preparado) pegaron un
grito al aire que sonó como si una manada de lobas hambrientas llamaran a sus
compañeras para buscar una presa.
La noche fría y oscura no daba ningún buen augurio.
Los vecinos ya sabían que significaba; alguien moriría esta vez, ¿pero quién?
Era la pregunta que se hacían cada que pasaba esto. Todos, atreves de sus
ventanas observaban las calles tratando de averiguar quién sería el desdichado
que sufriría de lo que ellos pensaban, era un destino peor que la muerte… Y de
una casa de madera de nogal negro, salió un joven leñador conocido por todos
como Calipso, cargando una lámpara de aceite, una espada sin forjar y
acompañado de su oso mascota; una bella criatura que a pesar de ser dócil, era
buena defendiendo a su amo y a los habitantes del bosque contra los animales
salvajes que se podrían presentar de vez en cuando, pero jamás habían sabido si
serviría contra sea lo que fuese que había dentro del lugar al que, sin remedio,
se dirigía el muchacho. La gente al verlo caminar se comenzó a persignar y más
de uno le dio bendiciones que nunca escuchó. Sabían que era en vano, de todos
modos moriría, pero tratan de hacerle llegar alguna bendición para que
alcanzara la gloria eterna así como la salvación divina. Caminando y saliendo a
cada momento más de sí mismo, el joven Calipso parecía como hipnotizado. Su oso
trataba de hacerlo entrar en sí pero no funcionaba hasta que pisó el límite del
bosque. Se detuvo en seco, algo que jamás había pasado, lo peinó con la mirada
de arriba abajo, izquierda y derecha, respiró profundo y entró sin vacilar. Su
perdición había llegado, lo sabía y sabían, pero aun así lo aceptó con la
frente en alto deseando que con él, las cosas acabaran, algo que, desde luego,
no ocurriría tan fácil.
Las mujeres fueron pasando la olla una a una, bebiendo
su contenido sistemáticamente hasta que quedara vacía. Se sentaron en el pasto
cruzando las piernas y como si el tiempo no pasara, se quedaron ahí inmóviles
hasta que una se tumbó, seguida de la otra como si de efecto dominó se trata hasta
que las 5 estuvieron en el suelo con los ojos muy abiertos y calladas, siendo
su suave y tenue respiración el único sonido anti natural que se escuchaba…
como si de fieras a la espera de la mínima señal se trataran, ahí se
encontraban… Y esa señal llegó. Pudieron escuchar el crujir de las ramas, no
muy lejos de donde ellas estaban. Se pararon de un brinco y gritando de nuevo
al cielo, se pusieron a gatas y comenzaron a correr cual leonas se trata. Los
árboles se escuchaban crujir por el golpear de sus manos contra ellos, hasta
que un gran rugido rompió de entre el bosque, y se vio como regresaron al claro
de donde salieron solo para trepar los troncos que ahí les daban cobijo y volverse
a perder. Esta vez un segundo rugir se escuchó pero no regresaron. Los gritos
de un hombre también se pudieron escuchar y sus “aullidos” de lobas hambrientas
estaban al compás del tiempo. ¿Qué era lo que le estaban haciendo a ese pobre
joven cuya suerte había abandonado, el cual ya no estaba protegido por el manto
de Dios, quien lo abandonó a su suerte?
Cuando regresaron las jóvenes, dos venían cargando al
hombre y las otras tres arrastrando al oso. Ninguno estaba muerto, solo
desmayados por el shock de que un grupo de salvajes tratan de secuéstrate (y
con completo éxito). Los dejaron ahí. Al sujeto lo desvistieron y amarraron al
suelo. La osa fue puesta boca arriba y amarrada a cuatro árboles que se
encontraban como si para eso sirvieran. Las cartas estaban echadas, ¿ahora qué
sería de ellos y de que se trataba todo ese asunto? Pensó él al despertar y
sentir el viento pegarle en su cuerpo desnudo y desprotegido.